Caminaban despacio. El más alto era un hombre solemne, bien vestido, con barba gris y pómulos algo enrojecidos; el otro, flaco, sin afeitar, parecía que acabase de salir de alguna enfermedad. Estaban abstraídos en la conversación, y el más alto se detenía de vez en cuando y se pasaba la mano por la barba, como si quisiera sopesar bien las palabras.
-En la vida no hay tiempo para todo. Reír y llorar, divertirse y aburrirse… y en el punto de nacer ya tienes que prepararte para morir. Porque las ganas de llorar que tienen las criaturas de pañales es porque ya lo sienten.
-¿Ya sienten qué?
- El olor de muerte que hay por todas partes... Después uno se acostumbra...
(La Iruna ens ha fet adonar que ens faltava la traducció en castellà que ja tenim a Es un dir. La recuperem i la incloem)
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